Nuestro compromiso con la canariedad se recoge en el resumen de la postura que expresamos con motivo del “II Congreso Autonómico sobre Progreso e Identidad Canaria”, celebrado en Lanzarote en noviembre de 2010:
No necesitamos mirar para el conjunto de Canarias, ni siquiera para la isla de Lanzarote, para darnos cuenta de que vivimos inmersos en
un crisol de identidades. En mi caso, me basta con echar una ojeada a los integrantes de la Orden del Cachorro Canario en la isla para
comprobar que muchos vivimos el hecho identitario de manera distinta, aunque hay algunos rasgos comunes que compartimos y que nos unen.
El habla, la memoria colectiva, la sabiduría popular, la historia reciente, el hecho insular, el patrimonio tangible e intangible o las tradiciones, son algunos de los aspectos que dan sentido no sólo a la Orden en la isla, sino a cada uno de sus miembros, así como a otras
muchísimas personas. El sentido de pertenencia a un lugar y a sus gentes son signos de identidad comunes. En nuestro caso, lo es el paisaje lanzaroteño, cuya presencia es de tal magnitud que cautiva no sólo a los isleños, sino a personas procedentes de todo el mundo que han escogido vivir junto a nosotros. Lo es, también, por ejemplo, la lectura contemporánea que pintores, escritores y otros artistas han hecho y hacen del territorio insular y de la vida en él, edificando una nueva dimensión de la cultura. Y lo es la forma en que encaramos la vida cada día en esta isla.
La tradición y la modernidad, la mezcla entre lo propio y lo ajeno, lo de dentro y lo de afuera, los que vienen para quedarse y los que se van a otras tierras, las actividades tradicionales y las nuevas economías conforman un crisol de identidades que a todos nos envuelven, más aún en esta fase global de la civilización humana. La conclusión es que ni siquiera en el estricto ámbito personal puede hablarse de identidad, sino de identidades, y que la compartida no es patrimonio de nadie en particular.
Una de las facetas de este conglomerado identitario atañe a las costumbres y a las tradiciones propias que, aunque lamentablemente están cada vez más diluidas, aún perduran entre nosotros. El reto consiste en no perderlas de vista, en reconocerlas y preservarlas en un mundo cambiante y que tiende a la homogeneización.
(…) El hecho de ser canario siempre ha estado caracterizado por encontrarnos en una encrucijada de caminos y de culturas. Así sigue siendo hoy un aspecto central de lo que somos, e intuyo que lo seguirá siendo en el futuro: abiertos al mundo.